" Hace casi veinte años, di a luz a mi hija. Lo que recuerdo es que desde el momento en que supe que el bebe estaba bien, me sumí en un estado de satisfacción sin precedentes. Un torpor paradisíaco pareció apoderarse de mi cuerpo y me quedé totalmente relajada y sin fuerzas. Me costaba hablar, no porque estuviera dolorida, ni siquiera cansada, sino porque en aquellos momentos me parecía innecesario articular palabra. Con la respiración entrecortada logré al fin describirle mi estado a mi ginecóloga: Me encuentro bien, muy bien. Nunca me he sentido asi. No deseo nada, nada en absoluto.
Por supuesto, la estupefaccion no duro mucho tiempo. No podia durar. "
Siri Hustvedt, Variaciones sobre el deseo.
Empezando el viaje familiar que planeamos para estas vacaciones, esperaba el momento de la partida leyendo a Siri Huvstedt. Cuando llegue al párrafo donde ella cuenta la experiencia del nacimiento de su hija, me detuve en seco, miré a mis hijos, los cuatro, y a mi marido. Todos conmigo en esa sala de espera. Algunos leyendo sus libros, algo que me resultaba casi milagroso ya que no tienen demasiado arraigado el hábito de la lectura, alguno mirando su teléfono. Todos ahí, conmigo. Tuve que dejar el libro y buscar mi cuaderno. Con una birome que anda mal anoté: En este momento, me siento como Siri. No deseo nada en absoluto. No necesito nada más.
La sensación era de total plenitud, aun en la espera, aún cuando todavía las vacaciones ¨oficialmente¨no habían comenzado. Me quedé un rato garabateando, hasta que salió un texto breve, podría haber sido un post para el blog. Pero no, decidí no publicar nada, porque al igual que Siri, me sentía relajada y sin fuerzas. Y aunque tenía la necesidad de pasar por escrito mi experiencia, tenía también la sensación de la innecesariedad de articular palabra. Guardé por unos días, silencio de blog.
Por supuesto, la estupefacción no podía durar mucho tiempo, y el no desear nada, tampoco. En la estrecha convivencia con otros, que ya no son bebitos, uno claro que empieza a desear . Yo empiezo a desear unas cuantas cosas y mis deseos se chocan con frecuencia con realidades que no se ajustan a ellos, y con deseos de otros, que a veces se manifiestan con la violencia de tornados o la vehemencia de furiosos ríos. Y entonces sobrevienen frustraciones, desencuentros, incomprensiones, irritaciones, discusiones, malos tratos, distanciamientos.
Espectativas que quizás arrancaron muy altas y se estrellan de cara contra el piso duro, dejándome dolorida y cansada. Cansancio que no logra empañar del todo el disfrute de los bosques, las playas, las rutas de paisajes soñados, pero que le pone un velo que no quisiera arrastrar mucho tiempo más.
Del torpor paradisíaco del primer momento, pasé casi sin escalas a la oscuridad de una cueva, con el agua hasta las rodillas, una gran dificultad para avanzar, y una pesada sensación de atascamiento y frío.
Se de una cuevas en Nueva Zelanda en las que en el techo, unos pequeños gusanitos se las ingenian para sobrevivir y emanar una luminosidad azul. Son como pequeñas estrellitas que en el profundo silencio de las frías cavernas bajo la tierra, regalan su magnifico espectáculo de luz.
Hoy, después de unos días de vacaciones en familia, me siento como uno de esos gusanitos, pero sin la luz. Estoy en fase:
sobrevivir. Al frío y a la oscuridad que se instalan en y entre nosotros cada tanto.
Con un gran deseo de pronto "encenderme" y volver a ser esa que sabe brillar, aun en la oscuridad. Confío en que así será. Como la marea, que viene y va.