jueves, 27 de septiembre de 2018

Lo que me salva de la velocidad

¨Escribir me salva de la velocidad¨
L. Gabilondo



Me salva de la velocidad escribir temprano y también
en cualquier otro momento del día
en el que el mundo empieza a girar raudo y amenazo perderme. 
Me salva sacar fotos, leer, anotar pedacitos de lo que leo
en los márgenes y en mi cuaderno.
Me salva de la velocidad sentir los pies en el piso cuando me levanto de la cama,
los pies descalzos en el ladrillo frío y en el pasto
cuando salgo a buscar el diario a la mañana.
Me salva de la velocidad colgar la ropa.
Sentir el sol en la cara, el vientito cuando sopla suave, la humedad
La vida de sus dueños por un ratito en mis manos, bajo mi cuidado. 
Me salva de la velocidad descolgarla cuando ya está seca. Doblarla. 
Hacerlo despacio para que no se me caiga
y se vuelva a ensuciar antes de que puedan volver a usarla
Me salva de la velocidad cortar las verduras, 
elegir alguna sal loca llena de especias, para la carne,
el arroz, el pescado, la ensalada.
Me salva de la velocidad darme una ducha caliente
cuando la soledad se siente pesada,
o cuando llego al final del día cansada.
Me salva de la velocidad escribir una carta,
dejar que las palabras vayan viniendo. 
Leer poesías, tirarme al suelo a estirar mis piernas doloridas.
De la velocidad me salva el mate, claro,
y salir a buscar camelias mientras todavía hay,
y sentir gratitud hacia hacia esa planta noble, su generosidad, su abundancia. 
Me salva de la velocidad permitirme cada tanto
quedarme tildada mirando por la ventana.
Me salva la música, que a veces me calma, o me invita a bailar,
a hacerme tiempo también para eso, en la era del ¨estoy a mil¨,
en la era del ¨no hay tiempo para nada¨. 
Me salva de la velocidad que haya muerto mi madre,
y recordar, cada vez que la recuerdo ( que es cada día), 
que la vida se acaba, y que quiero pasar despacio y saborearla.