domingo, 17 de febrero de 2013

Trampolines

Dream of the return by Pedro Aznar/Pat Metheny Group on Grooveshark
Hay que volver a decir.
No hay otra razón para seguir escribiendo.
También hay que volver a escuchar.
No hay otra razón para seguir leyendo.
Ray Loriga, en Dias buenos y diás malos, blog de El país.
 
Me tomé vacaciones del blog, pero no de la escritura, y menos de la lectura. Retomo las publicaciones, compartiendo algunas citas y pasajes de libros que me acompañaron en el descanso,
pasajes y lineas que se ¨aparecieron¨ y echaron un poco más de luz, al menos para mi, sobre el para qué de la escritura.
Pasajes que se van hilando, o mejor dicho, voy hilando. Trama única, tejida a mano, sobre la que me paro, cual trampolín al borde de profundas y desconocidas aguas, y me impulso, con mezcla de susto y coraje,  para seguir compartiendo lo que escribo. Porque en el escribir, bendigo, recupero retazos de magia, hago mis duelos, exorciso, conjuro, entiendo, camino.

Cuenta el hombre de la ´septima habitación, en Oceáno Mar, de A. Baricco, acerca de un viejo que parece estar solo. Camina por el pueblo, hasta las últimas casas, sin detenerse. Camina con ese paso suyo que parece a punto de tropezar, aunque al final, no tropieza nunca. Detrás de él, todos los demás. Al final el viejo llega hasta el mar, y entra, el solo, dentro del mar. La ola se desliza adelante y atrás y él es tan delgado que piensa si lo arrastrará consigo. Nada sucede, permanece allí, como plantado dentro del agua, los ojos clavados en el mar. Silencio. La gente contiene la respiración. Un hechizo.
Entonces, el viejo baja los ojos, sumerge una mano, y lentamente bendice el mar.
Es algo impresionante. La mano de un viejo. Una señal de la cruz en el agua. Miras el mar y ya no da miedo.
Pero cuenta también que ya nadie consigue bendecir el mar.
Ese viejo lo conseguía, era viejo, y tenía en su interior algo que ya no existe.
Magia. Algo parecido a una hermosa magia, que ha desaparecido.

El hombre de la septima habitación no ha venido a la posada para bendecir el mar. 
Pero si al mar ya no se le puede bendecir, tal vez todavía se le pueda decir. Decir el mar.
Para que no todo lo que había en el gesto de aquel viejo se pierda, porque quizás todavía un retazo de aquella magia vaga por el tiempo, y algo podría reencontrarlo, y detenerlo antes de que desaparezca para siempre. Decir el mar. Porque ( a veces) es lo único que nos queda. Porque frente a él, los que no tenemos cruces, ni viejos, ni magia, tenemos que tener algún tipo de arma, lo que sea, para no morir en silencio.
Pero ¿a quién decirle el mar?
No importa a quien, lo importante es intentar decirlo. Alguien lo escuchará. 

Un caminante, en Más allá del tiempo, de D. Grossman me susurra: ¨desde el día en que mi hija se ahogó, procuro estar atento a cualquier momento hermoso y afable. Y sin saber cómo, me salen poemas por la boca, y eso es un consuelo: la poesía es el idioma de mi duelo¨.
A lo que el centauro responde: ¨ También yo, en la cárcel, que es mi cuarto, sobre esta maldita mesa, me he puesto, finalmente, a escribir. Como los dedos en la esponjosa tierra, he escrito lo sucedido. Y ahora es cuando lo entiendo. No es a su hijo a quien el padre mueve, no es a mi hijo a quien pretendo dar aliento y vida. Es a mi mismo a quien conjuro con palabras, con fantasías, por no dejar de existir, convertido en un padre de piedra. Mi vida entera, en estos momentos, mi vida entera, pende de esta plumilla, y se me parte el alma, mi bien, al pensar que haya podido ponerle a esto palabras.¨

Escribir es como caminar.
Cada palabra que escribo
es un paso que voy dando.

Frank Baez

Y me gusta hacerlo en compañia.
I´m back!

Flor


 




2 comentarios: