Asi lo hice, pero me encontré con que el muchacho tenía una lista de ofrecimientos y preguntas de rigor que debía hacerme. No era la primera vez que las escuchaba, pero esta vez algo fué distinto. No se si en él, en mi o tal vez en ese espacio intermedio entre dos que se cruzan, espacio que a veces llenamos con encuentro, pero la mayoría con apuro o distracción.
Con su carita de bueno, de cachetes rozagantes, me fué tirando las preguntas una atrás de otra: ¨¿Tarjeta o efectivo?, ¿ticket o factura?, ¿necesita revisar agua o aceite?.
Algo en la manera ¨automatizada¨y sloganera, pero inocente, de buena intención, llena, tal me pareció a mi, de deseo de hacerlo bien, hizo que una sensación de ternura me sobreviniera, mezclada con risa. Y mientras él recitaba, yo me tentaba, sin remedio y sin disimulo. Se le iban agrandando los ojos y sus cachetes cada vez se tornaban más rojos. Algo tuve que explicarle, para evitar que se sintiera ofendido por mi risa. Y nos reimos juntos, y me contó que tenía que decirlo así siempre, en ese orden y casi que con esa entonación que me dió tanta risa.
Al rato, tanque lleno, se acerca a cobrarme y me dice: ¨Gracias, me hizo reir. Justo hablábamos con mis compañeros de cuánta mala onda tenían los clientes hoy. Y usted me hizo reir¨.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Con tan poquito podemos transformar el automatismo en encuentro.
Y cambiarle el día a alguien.
Y dejar que el día cambie también para nosotros.
Gracias playero, no se tu nombre, ni detalles de tu vida, pero se de tu risa y vos sabés de mi llanto.
Y sabemos lo que ilumina un encuentro.