martes, 23 de febrero de 2016

Surf, la continuación







Pensaba ponerle Surf: segunda parte, pero pensé que las segundas partes habitualmente no son muy buenas. La palabra continuación me da la sensación de dejar el proceso más abierto. Quizás esta segunda parte no haya sido tan ¨buena¨, ( desde algún punto de vista)  pero es parte, ( es buena solo por eso) y no es la última palabra (esta saga, si la vida lo permite, va a ser como la de Rápido y furioso y va a tener muchos episodios!)

Vamos a los hechos. 
Después del primer día eufórico ( ver la primera parte en este blog ) agradecí un día lluvioso, detrás del que pude esconder mi fiaca de volver a las olas, mi pereza de golpearme, y de chocarme contra mis limitaciones. Un descansillo para eso no vino nada mal.
A los dos días, volví a incursionar.
Esta vez se hizo presente el miedo. Un miedo que no había sentido el primer día pero que ahora se dejaba oír fuerte y claro.
Entrando al agua detrás de mi hijo y su novia, un par de olas grandes me revolcaron de manera interesante. 
No hacía pie y para llegar a pasar la rompiente tenía que remar bastante. Mi cuerpo, poco habituado a ese movimiento de remar en el oleaje, sintió rápidamente el cansancio. Me costaba llegar antes de que otra ola nueva me rompiera encima. 
Esas olas que desde la orilla parecían chiquitas y ordenadas; mar adentro, de cerca, me parecían gigantes rugientes y espumosos arremetiendo sin piedad.
Me asusté y pensé: no está bueno subestimar el poder del inmenso mar 
(ni sobreestimar mis recursos).
Mientras tanto, al tiempo que empezaba a escuchar mi miedo, mi hijo, ya del otro lado de la rompiente, me hacía saber que yo estaba en el peor lugar: 
¨O venís más adentro, o andá más afuera, pero no te quedes ahí¨.
No es que yo estuviera eligiendo quedarme ahí, está claro. Pero a veces está bueno que de afuera te recuerden que no estás parado en un buen lugar, y que podés recalcular y elegir ( ahora, cómo hacés para llegar a dónde elegiste, esa es otra cuestión).

Si había querido ir más adentro, no estaba pudiendo. Y estaba cansada y un poco asustada de quedarme sin resto.
Entonces, tomé la decisión de no dar un paso más grande del que me daban las piernas, escuchar el miedo, y volver a un lugar en el que pudiera sentirme más segura, y ¨hacer pie¨ por un rato. 
Ir a un lugar en el que el que recuperar fuerzas y no estar al límite, ese en el que el miedo ya no es estímulo sino que empieza a ser obstáculo para el aprendizaje.
Activé entonces mi lograda capacidad de amigarme y aceptar mis limitaciones ( temporarias?) y me fuí más afuera. Pensé que era mejor no ¨comerme¨ el mar en dos sesiones, no saltar etapas, ir paso a paso, asegurar ciertos aprendizajes antes de ir más allá. 
Tenerme la piedad que el ancho y profundo mar, aunque quisiera, no podría tenerme.
Tenerme la paciencia que mi hijito, en esta segunda clase ya no iba a tenerme
( todo bien, no es un reclamo!)
Darme tiempo.
Y no avergonzarme por necesitarlo.
Porque el aprendizaje también es eso. Sentir el miedo, necesitar volver por momentos a la base, descansar, reagrupar, seguir practicando lo primero, para después, a su debido tiempo, pasar a los segundo. El aprendizaje no es lineal, y está lleno de vericuetos y complejidades, que también se pueden disfrutar, si nos sacamos de la cabeza que ¨hoy ya tendríamos que...¨.

Asi las cosas, empecé a trasladarme, remando como podía, hacia afuera.
Y en eso lo vi a marido, entrando al agua decidido y a buen ritmo en mi dirección. 
Superhéroe al rescate.
En un último coletazo de omnipotencia pensé, ¨che no es para tanto, no me estoy ahogando¨.
Pensamiento que se diluyó en la pregunta: ¿me tengo que estar ahogándo para dejarme ayudar?

A partir de ahi, me dediqué a practicar lo aprendido, con la ayuda de súper marido, que atento desde la orilla, había percibido mi cansancio y había pensado que muchos revolcones más de ese estilo no iba a aguantar. Y lo bien que hizo. Y lo bien que hace saber que hay otros que nos pueden tender una manito cuando no alcanza el aire o la remada se puso ardua.

Una amiga, en los comentarios de la primera parte de este relato, me expresaba su admiración y me decía que el mar profundo no es lo suyo.
Me dejó pensando que yo todavía no se si el mar profundo es lo mío. Si se que estoy probando.
Y eso también está bueno, saber que podemos ¨probar¨ algo, y que no necesariamente tenemos que saber de antemano que es ¨lo nuestro¨ ( y que eventualmente podemos darnos cuenta de que no es lo nuestro y pasar a otra cosa)
También pensé que quizás ¨mi surf ¨ no sea el mismo que otros surfs. Quizás el mío sea el que yo pueda, el que a mi me salga, ( ridículo, aparatoso, para reirse a carcajadas), el que me permita disfrutar del agua en el verano de una manera nueva.

Como le dije a otra amiga, si el mar no te centra a los revolcones, al menos te da un buen baño de humildad, y te recuerda la frase de Samuel Beckett que dice que 
¨si alguna vez intentaste, si alguna vez fallaste, no te preocupes, 
intentá de nuevo, fallá de nuevo, fallá mejor¨.

Y si te podés reir de vos mismo y fallar con humor, es todo ganancia-

“Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better.”

Samuel Beckett












viernes, 19 de febrero de 2016

Temporada de surf: primera parte

¨The great opportunity is where you are. Do not despise your own place and hour. Every place is under the stars¨
Burroughs

What will our children do in the morning if they do not see us fly?
Rumi
Felipe, uno de mis maestros, en el surf, pero sobre todo en la vida

Mamá fue hace poco a ver a un neurólogo.  Estaba con algunos "olvidos" y queria chequear el estado de su memoria. Por suerte la encontró bien, con pequeños deterioros esperables para su edad. Lo mejor de todo fué la indicacion que le hizo el médico: no le recetó un antidepresivo, ni un ansiolitico ( como han hecho otras veces),  ni le sugirio  jugar al sudoku o hacer crucigramas,  ( boring, como dirían algunos adolescentes que conozco), sino algo a mi gusto mucho más interesante:
Le recomendó que para mantener fuerte y sano el funcionamiento cerebral, aprenda algo nuevo todos los años.

Hace tiempo que intuitivamente, aunque todavia me falta para los setenta, adopté esa estrategia. Ahora, gracias a mamá, a mi intuicion la acompaña un fundamento científico/médico.

Asi es que en esta vacación cerca del mar, me apropio de la recomendación médica y me lanzo decidida a probar con el surf.
Hace años que lo miro de lejos, desde la orilla. Años que saco fotos a mi hijo, y observo eso que por momentos parecen convenciones de hombres de negro flotando y a la espera, en el mar ondulante.
Años que me pregunto: y yo, podré? o será demasiado tarde?.

Como con tantas otras cosas, cuando madura y llega la decisión, después de haber estado macerándose un tiempo,  tengo que encarar y concretarla, como diría mi amante esposo: ipso facto.

Por eso, nomás llegar a la playa el dia ¨D¨, me pongo la remera de neoprene prestada, me engancho la pita al tobillo, cargo la tabla y empiezo a rumbear hacia la orilla.
Por el rabillo del ojo veo como mi hijo, entre sorprendido y divertido al verme tan determinada, se apura a ponerse el traje para poder acompañarme.

Hay algo en mi de niñita entusiasmada y ansiosa por empezar, que no me permite esperar.
Mientras camino hacia el agua me acuerdo de la primera vez que llevamos a los chicos a la montaña, un invierno, hace más de diez años. Mientras alquilabamos las tablas para toda la familia, nuestro hijo mayor, hoy mi profesor de surf, ansioso y entusiasmado por empezar, se habia trepado a la montaña por su cuenta y estaba a punto de largarse pendiente abajo sin ningún conocimiento de la técnica y por suerte con un ángel de la guarda atento y eficiente que lo acompañó pendiente abajo ayudándolo a aterrizar sano y salvo, aunque un poco asustado por su propia intrepidez.
La ansiedad y el entusiasmo por el nuevo y estimulante aprendizaje habían podido con su cuerpito de 10 años, como hoy están pudiendo con el mio, de casi cincuenta. El niño interior, ese que se entusiasma con aprender lo nuevo, está vivito y coleando!

Quiero probar flotar en una tabla antes de ser demasiado vieja. Quiero hacerlo ahora.

Camino hacia el agua a paso firme. Atrás mio entra Felipe quien me ayudará a dar mis primeros pasos ( en realidad mis primeros revolcones).

Primera indicación: Antes que nada, acostarme en la tabla y ¨encontrar el equilibrio ¨.
(Resultó ser un sabio mi hijito). Algo que desde afuera y desde lejos parece pan comido, y adentro del agua, no resulta tan fácil. Y si encontrar el equilibrio de panza sobre el tablón no es tarea sencilla, lo que a va ser intentar mantenerlo de pie...si es que alguna vez logro pararme...
Igual, para eso todavía falta y no pienso darme por vencida.
Paso a paso.

Segunda lección: La tabla apuntando hacia adentro, vamos a encarar de frente, para pasar la rompiente. Ante cada ola nueva ( no dejan de llegar, por Dios!), Felipe me tiene y me dice ¨a bancarla¨ y con su seguridad me da la valentía que necesito para no dar media vuelta y salir corriendo ( o remando, de vuelta hacia la orilla).
¨A bancarla¨ es ¨vamos hacia adentro¨. Si está por romper, vamos abajo, y si llegamos a tiempo antes de que rompa, la pasamos por arriba.
De cualquiera de las dos formas, siento estar en una montaña rusa móvil, tragando agua. Y la adrenalina de estar entrando en un lugar nuevo, en el que a cada momento ¨pierdo el equilibrio recomendado¨.

Tercera lección: Antes de intentar posicionarte para esperar y/o surfear una ola, tenés que lograr estar bien centrada. Como si no fuera el trabajo de una vida...
(Esto más que surf son lecciones de vida comprimidas en una hora en el agua, a cargo de mi niño ya grande). Si intentás surfear sin estar centrada, seguramente te revuelque.  Asi es. Comprobado.
En la ansiedad de ¨surfearla¨, en algunas olas me apuro, no me tomo el tiempo de centrarme, encontrar el equilibrio y esperar, y ahi voy, al despatarre.
De los errores se aprende. Con tiempo, ojo.

Después de un rato de practicar ¨estar centrada¨( ja!), y de algunos revolcones ( el mar nunca para, no tiene paz el pobre), empiezo a sentir que tardo menos en recuperar el equilibrio cada vez que lo pierdo.

Mis dos hijas más chicas entran al agua también divertidas, y decididas a ayudarme, imagino que soprendidas ante lo que pensaron nunca me animaría a concretar. Ellas aportan sus indicaciones         ( ponete un poco más atrás, levantá un poco más el torso para remar), que trato de obedecer, al mismo tiempo que un poco me preocupo de que la bombacha de la bikini esté en su lugar ( para que engañarnos), y siento el agradecimiento de que estén ahi conmigo, tomándose el tiempo, enseñándome con paciencia.

Cuarta lección: a remar, como tantas veces vi remar desde la orilla. Ahora me toca a mi. Y ya el hecho de estar remando es una bendición y un logro por el que me felicito. No importa ( o si, pero solo un poco, de veras) si lograré pararme o no. Siento la alegría de estar ahi, en el agua, animándome, aprendiendo, atravesando, con mis hijos de maestros.
Qué más?

Las primeras veces que intento pararme, la ola con su fuerza se lleva la tabla por delante y me pega un buen revolcón. Uno tras otro hasta que voy logrando con el peso de mi cuerpo que la tabla no salga despedida sin mi!
Me caigo de miles de maneras, ruedo de costado, pierdo el norte ( donde está el fondo? dónde la superficie?), salgo a flote despatarrada, con el pelo en la cara, cero glamour surfero.

Hasta que por fin, en una ola, si señor, aunque usted no lo crea,  logro algo que se parece bastante a ponerme de pie. Y confirmo que no es un invento mío, cuando al emerger de la ola lo veo a marido salticando en la orilla, pulgares arriba, festejando.
Y festejamos, él desde allá, yo con el pelo revuelto, la remera totalmente desacomodada, el aliento a sal, a los gritos y saltitos en el agua.

Después del festejo, vuelvo a encarar. Ya se que puedo. Ahora voy por más.

Y celebro cada paso de este nuevo aprendizaje ( hoy es recién el primer día). Celebro no haberme quedado con las ganas, celebro el haberme animado a intentar y también el tener casi cincuenta años y haber entendido ( y no solo saberme la teoría) que cada paso es disfrutable en si mismo, si estoy ahi, presente.

Estuve ahi, plenamente, en cada caída, en cada revolcón, en las poquitas puestas de pie.
Y lo disfruté mucho.

Continuará...







lunes, 15 de febrero de 2016

No hay más tiempo


El ruido se acalla en el silencio de la escucha amorosa

Our Quiet Work in the World

Snow-row
Suppose we did our work
Like the snow, quietly, quietly,
Leaving nothing out.
–Wendell Berry
When a new friend asked, “What is your work in the world?”, I saw how I jump to deem what I do insignificant.
Conozco ese péndulo: de un lado, el creer que mi trabajo es insignificante. Hay ¨Teresas de Calculta¨ por todos lados, cuyo trabajo tiene un impacto que el mío ni sueña con poder tener...
But what does that say of the kids in my care, the clients I serve, the woman who let me hold her arthritic hands as she stepped across the ice? What does it say about my teachers, parents, friends, and the people on hospice who invite me to visit? What does it say of the madly swirling snowflakes glinting sunlight over the empty bike path I walk, the lone crow atop a bare maple, cawing in my core?
y del otro lado, la crianza de mis hijos, los pacientes que acompaño, los talleres, mi paso por el trabajo voluntario, los parientes, el cuidado de mi casa y  lo doméstico, mi escritura...eso que hago y que aunque pequeño, quiero creer tiene su impacto de cierta significancia...
What it says is what I’m no longer willing to say, so I got quiet and listened. All the good work I see in the world emerges quietly, free of the me-me-me rattle. Not a matter of withholding or hiding, quiet is the tranquil ground of selfless love in action.
La otra noche, sentados a una mesa multitudinaria, los chicos, frente a nuestros amigos, alabaron las dotes culinarias de su papá ( mi marido) que según ellos, habia hecho la riquísima comida de la noche anterior. Ni lerda ni perezoza, salté a la defensa de todo lo que yo ( yo-yo) había colaborado para que esa comida saliera buena. Detallé el número de verduras que diligentemente había lavado y picado, las cacerolas de agua que había puesto a hervir, y bla bla bla...
En la quietud de la noche, esa defensa de ¨mi aporte¨ quedó flotando en mi aire, como un ruido sordo que estaba ahi esperándome despierto  cuando me levanté tempranito al día siguiente.
Y como la vida es generosa maestra me encontré en mis mails con este artículo, que con su invitación al silencio y a la escucha, vino a re ordenar y despejar, lúcida y amorosamente esos ruidos que no quiero ¨me tomen¨ más.
Two weeks ago, in a ceremony with my zen teacher I publicly vowed to stop breeding greed, anger, and ignorance. To me this means repeatedly refraining from the noise of judging and lying, blaming and begrudging.
To be of service, I’ll need to be quiet.
Las palabras de Lailah Shima, con sus citas de Wendell Berry, me recordaron la palabra y la acción de la escucha que hace días me ronda, apareciéndose en algún artículo que leo, video que miro, o post que escribo.
Days after taking Jukai vows, I got a call from someone whose powerfully quiet work has tremendously impacted my life. Joe, my philosophy professor 25 years ago and dear friend ever since, is a congenial man with kind, blue eyes and white hair flowing like snow. A lifelong social activist, he’s a true mensch, humbly living his fierce commitment to peace and justice. He’s forthright and spare, his quiet that of unconditional compassion and undying dedication. His affable warmth, uncluttered by greed or judgment, welcomes everyone in, and his energy to help wherever needed has seemed limitless.
While I lived in Baltimore, Joe took me on hikes and to the symphony, to war protests and gatherings with his friends . And, once, to a small-town cemetery, where he tenderly brushed dust from the lamb carved on his son’s gravestone. In the ease of his company, I began to inhabit my life and walk my path.
Never preaching, he still teaches me through his living. In the past few years, though, I’ve let my noisy mind dampen our friendship, judging myself when he visits my banal, urban-mom existence. On the phone, that day, hearing the stripped-bare quiver in his voice, I finally set all that down.
There’s no more time for anything but love.
No hay más tiempo. Me dicen sus palabras.
No hay más tiempo, escucho. 
Para nada que no sea el amor.
No hay tiempo ya de quedarme enmarañada eternamente en la sensación de qué injusto es que marido se lleve todo el crédito por cosas que hicimos juntos. No hay tiempo para quedarme atascada en obsesivas preocupaciones por mis hijos. No hay más tiempo para hundirme indefinidamente en las pesadumbres que me acechan cuando los veo o nos veo derrapar. No hay más tiempo para estar tomada por juicios y prejuicios.
No hay más tiempo para que todos esos ruidos que entorpecen la libre circulación de la corriente amorosa que mi corazón profundamente anhela, sigan allí eternamente.
As he described his prognosis and treatment, he didn’t dwell on any suffering. Facing death, he’s full of life. Buoyed by friends and family, by his writing and what he generously gives away, he gently glows with gratitude. The peace in his core, silent as snow, calls pointedly, Listen. Your work in the world is loving the world. Quietly, quietly, leaving nothingout. Listen.
Y entonces, en esa mañana, después de una noche ¨ruidosa¨, se que es el tiempo de callar. De hacer una pausa para escuchar.  Y escuchando experimentar cómo los ruidos se van acallando, los canales se van liberando, y la música que siempre estuvo de fondo vuelve a sonar fuerte y clara.
Es tiempo de escuchar y recordar que yo también quiero que mi amor sea como la nieve, que cae quietamente, ¨leaving nothing out¨.
Recordar que es el tiempo del amor, quieto y silencioso.
Although the wind
blows terribly here,
the moonlight also leaks
between the roof planks
of this ruined house.
–Izumi Shikibu
translated by Jane Hirshfield and Mariko Aratani

sábado, 6 de febrero de 2016

Ser parte

All those years forgetting how easily you can belong to everything simply by listening.
D. Whyte en First Sip