Pensaba ponerle Surf: segunda parte, pero pensé que las segundas partes habitualmente no son muy buenas. La palabra continuación me da la sensación de dejar el proceso más abierto. Quizás esta segunda parte no haya sido tan ¨buena¨, ( desde algún punto de vista) pero es parte, ( es buena solo por eso) y no es la última palabra (esta saga, si la vida lo permite, va a ser como la de Rápido y furioso y va a tener muchos episodios!)
Vamos a los hechos.
Después del primer día eufórico ( ver la primera parte en este blog ) agradecí un día lluvioso, detrás del que pude esconder mi fiaca de volver a las olas, mi pereza de golpearme, y de chocarme contra mis limitaciones. Un descansillo para eso no vino nada mal.
A los dos días, volví a incursionar.
Esta vez se hizo presente el miedo. Un miedo que no había sentido el primer día pero que ahora se dejaba oír fuerte y claro.
Entrando al agua detrás de mi hijo y su novia, un par de olas grandes me revolcaron de manera interesante.
No hacía pie y para llegar a pasar la rompiente tenía que remar bastante. Mi cuerpo, poco habituado a ese movimiento de remar en el oleaje, sintió rápidamente el cansancio. Me costaba llegar antes de que otra ola nueva me rompiera encima.
Esas olas que desde la orilla parecían chiquitas y ordenadas; mar adentro, de cerca, me parecían gigantes rugientes y espumosos arremetiendo sin piedad.
Me asusté y pensé: no está bueno subestimar el poder del inmenso mar
(ni sobreestimar mis recursos).
Mientras tanto, al tiempo que empezaba a escuchar mi miedo, mi hijo, ya del otro lado de la rompiente, me hacía saber que yo estaba en el peor lugar:
¨O venís más adentro, o andá más afuera, pero no te quedes ahí¨.
No es que yo estuviera eligiendo quedarme ahí, está claro. Pero a veces está bueno que de afuera te recuerden que no estás parado en un buen lugar, y que podés recalcular y elegir ( ahora, cómo hacés para llegar a dónde elegiste, esa es otra cuestión).
Si había querido ir más adentro, no estaba pudiendo. Y estaba cansada y un poco asustada de quedarme sin resto.
Entonces, tomé la decisión de no dar un paso más grande del que me daban las piernas, escuchar el miedo, y volver a un lugar en el que pudiera sentirme más segura, y ¨hacer pie¨ por un rato.
Ir a un lugar en el que el que recuperar fuerzas y no estar al límite, ese en el que el miedo ya no es estímulo sino que empieza a ser obstáculo para el aprendizaje.
Activé entonces mi lograda capacidad de amigarme y aceptar mis limitaciones ( temporarias?) y me fuí más afuera. Pensé que era mejor no ¨comerme¨ el mar en dos sesiones, no saltar etapas, ir paso a paso, asegurar ciertos aprendizajes antes de ir más allá.
Tenerme la piedad que el ancho y profundo mar, aunque quisiera, no podría tenerme.
Tenerme la paciencia que mi hijito, en esta segunda clase ya no iba a tenerme
( todo bien, no es un reclamo!)
Darme tiempo.
Y no avergonzarme por necesitarlo.
Porque el aprendizaje también es eso. Sentir el miedo, necesitar volver por momentos a la base, descansar, reagrupar, seguir practicando lo primero, para después, a su debido tiempo, pasar a los segundo. El aprendizaje no es lineal, y está lleno de vericuetos y complejidades, que también se pueden disfrutar, si nos sacamos de la cabeza que ¨hoy ya tendríamos que...¨.
Asi las cosas, empecé a trasladarme, remando como podía, hacia afuera.
Y en eso lo vi a marido, entrando al agua decidido y a buen ritmo en mi dirección.
Superhéroe al rescate.
En un último coletazo de omnipotencia pensé, ¨che no es para tanto, no me estoy ahogando¨.
Pensamiento que se diluyó en la pregunta: ¿me tengo que estar ahogándo para dejarme ayudar?
A partir de ahi, me dediqué a practicar lo aprendido, con la ayuda de súper marido, que atento desde la orilla, había percibido mi cansancio y había pensado que muchos revolcones más de ese estilo no iba a aguantar. Y lo bien que hizo. Y lo bien que hace saber que hay otros que nos pueden tender una manito cuando no alcanza el aire o la remada se puso ardua.
Una amiga, en los comentarios de la primera parte de este relato, me expresaba su admiración y me decía que el mar profundo no es lo suyo.
Me dejó pensando que yo todavía no se si el mar profundo es lo mío. Si se que estoy probando.
Y eso también está bueno, saber que podemos ¨probar¨ algo, y que no necesariamente tenemos que saber de antemano que es ¨lo nuestro¨ ( y que eventualmente podemos darnos cuenta de que no es lo nuestro y pasar a otra cosa)
También pensé que quizás ¨mi surf ¨ no sea el mismo que otros surfs. Quizás el mío sea el que yo pueda, el que a mi me salga, ( ridículo, aparatoso, para reirse a carcajadas), el que me permita disfrutar del agua en el verano de una manera nueva.
Como le dije a otra amiga, si el mar no te centra a los revolcones, al menos te da un buen baño de humildad, y te recuerda la frase de Samuel Beckett que dice que
¨si alguna vez intentaste, si alguna vez fallaste, no te preocupes,
intentá de nuevo, fallá de nuevo, fallá mejor¨.
Y si te podés reir de vos mismo y fallar con humor, es todo ganancia-