sábado, 17 de septiembre de 2016

Esto es lo que tengo para decirte hoy...

This is what I have to say to you...
be the great awareness, having this moment of human experience,
be the energy of the universe animating this vehicle of bone,
and flesh and nerve impulses.
Be the wordless certainty of infinite amazement...
Express the least or most of which you are capable, and still, you are the great awareness burning bright, setting fire to the night of your imagined unworthiness...
D. Faulds


Ayer a la tarde, caminábamos como tantas otras veces, con mi amiga/hermana, por las calles del barrio. Joggineta, charla y buen paso.
Esa combinación de movimiento de nuestros cuerpos cincuentenarios, encuentro y compartida que tan bien nos hace. Nunca tuvimos miedo en nuestras caminatas. Sabemos que pasan cosas en las callecitas del conurbano, pero no nos resignamos.
Los temas son siempre variados y pueden ir desde la preocupación por algún hijo, la irritación con algún marido, la planificación de un programa divertido, los precios del supermercado, la celebración de un logro en el trabajo, hasta el dilema existencial de cada etapa que vamos transitando.
Ayer, la charla circulaba por las profundidades de la identidad
( tomá mate).
Quiénes seríamos sin nuestros trabajos, si no hiciéramos lo que hacemos,
si lo hiciéramos de otras maneras...¿somos lo que hacemos? Hay algo más?
Tan enfrascadas estábamos en la charla que no vimos que se nos venía encima un chico en una bici. La primer intuición ( confiada/ingenua) fué pensar que se nos había caído algo y se acercaba a avisarnos..., esa primera fugaz impresión pronto dio paso al miedo, al temblor en las piernas, en las manos...¿quieren que las mate?
Denme sus celulares, ¿o quieren que las mate?
Su cara de malo, su mirada amenazante, su mano adentro de la campera amenazando con sacar un arma que seguramente no tenía pero que no quisimos arriesgarnos a comprobar, y nuestra respuesta obvia:
No, no queremos que nos mates.
(No sabemos quiénes seríamos, pero seguro quisiéramos seguir siendo...)
Y ese chico ( era un chico), que seguramente estaba tan asustado como nosotras, o tan drogado que no podía sentir su propio susto, partió con nuestros celulares, después de habernos amenazado con la muerte, y nosotras nos quedamos ahí petrificadas por un rato, sintiendo el miedo, la impotencia, la rabia. Hasta que pudimos ponernos de nuevo en movimiento. Teníamos una larga distancia por delante para volver a nuestras casas.
En la caminata de vuelta, desnudas de eso que hoy parece indispensable, las manos vacías, muchísimas cuadras por caminar, pensamos quiénes somos sin nuestros teléfonos, sin todo lo que ahí guardamos, sin nuestras historias escritas en los mails, nuestras conversaciones, nuestros contactos, nuestras fotos, nuestras ideas plasmadas en las notas, nuestros ¨haceres¨ representados en esos aparatitos que en un segundo se fueron en manos de un chico de campera negra, con cara de malo y mirada amenazante.

Cuando llegué a casa, despotricando le conté a mi hijo todo el episodio y la rabia que sentía y él en un momento me dijo: ¨a mi el pibito me da pena¨. Y en mi, que ya había hecho lugar un buen rato a la frustracion y la rabia, se hizo en ese momento, lugar también para la pena, por ese chico y por tantos otros, y por tanto sufrimiento y pobreza en nuestro mundo. Y también hubo lugar para el orgullo que me dió volver a saber del corazón bueno de mi niño grande.

Todo el episodio, entre tantas cosas sentidas,
me dejó pensando que la vida me invita una y otra vez
a despojarme de ropajes, de haceres, de cosas, de identidades
que o ya no sirven o que en lo profundo no tienen tanto sentido.
Los días me invitan a seguir adentrándome en el verdadero corazón de la vida, de mi vida.
Ese en el que soy más allá de lo que hago, y de lo que tengo.
Ese en el que soy posibilidad y espacio
para la bronca, el miedo, la frustración, la pena, y tanto más.
Ese en el que soy amorosa ( aunque no siempre se me note!)



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