viernes, 6 de septiembre de 2013

Crónica de otra espera: el niñito y el sugus de limón

Having the good life can be so simple
when you savor the one you have. 

Karen Maezen Miller

Una mujer, (casi una adolescente), vestida canchera, juvenil (palabra delatora), el pelo decolorado, como usan ahora, morocho en las raíces, rubio en las puntas, ( ¡qué vieja me estoy poniendo!), inspecciona los percheros de ropa colgada, prendas talle único ( chico porsupuesto), para gente joven y esbelta, ropa descartable, a elegir mientras de fondo suena estridente un reaggeton cumbioso electro tecno, (definitivamente, vieja ).
Se ve que es amiga o conocida al menos,  de las vendedoras; gentes jovenes también, enfundadas en calzas metalizadas, de esas que tan poco favorecen pero qué importa, la moda no incomoda. Le recuerdan a la morocha decolorada,  con presición de detalle,  lo que se compró la semana anterior, ¿te acordás que te llevaste el sweater fucsia?
Mientras ella mira la ropa, tal vez pensando qué cosa no necesita pero de todas formas quizás se compre, las vendedoras le cuidan a su hijito. Grande es la sorpresa al darme cuenta de que esa mujer/ casi niña, moderna y fashion, es la madre de ese niñito de dos años, engalanado con un montgomery miniatura, pequeño hombrecito a la moda, que circula por entre los percheros, haciendo las gracias a vendedoras y clientas ( cofradía de madres maduras, como yo, poco a la moda, poco esbeltas, sentadas en el sillón ¨trendy¨ mientras nuestras hijas se sumergen en los probadores).
El pequeñin toquetea con sus manitos regordetas cualquier pedacito de prenda colgante a la que su poquita altura le permite acceder, tironea de las etiquetas, descuelga de las perchas.
Yo, como esta vez no es ninguno de mis vástagos el que anda haciendo desparramos, disfruto la escena, observo, tomo nota.
Su mamá, sigue, tranquila, concentrada en las texturas de la ropa colgada, de fondo el cling cling de las perchas.
Las que empiezan a intranquilizarse son las vendedoras. Una va por la estrategia ¨bolsa de sugus¨. Los pequeños ojitos brillan, la manito regordeta desaparece en el interior de la bolsa, para salir munida de uno de limón ( en mis tiempos esos eran los que nadie quería), que comienza, con parsimoniosa lentitud, a pelar de a poquito. Un pedacito a la vez, gran concentración, lengüita entre los labios. Ojos y corazón solo para esa importante tarea. Cada pedacito de papel le es entregado con cuidado, post despegotearlo de sus deditos, a la joven vendedora, que desacostumbrada, comienza a impacientarse. ¨Dame que te lo pelo¨, intenta.
¨Es que le gusta pelarlos¨, intercede en defensa de la lentitud, la madre (¡ bravo!)
¨Pero es que así tarda mil años¨, aclara la vendedora. Quién sabe a dónde tiene que ir tan apurada.
El pequeño, inmutable, sabio, no discute, no se da por aludido, y sigue a su ritmo, pausado y atento, pelando, pedacito a pedacito. Disfrutando el viaje, además del dulce destino que lo está esperando.. 

4 comentarios:

  1. Flor me encantó, y que buena descripción de que estamos un poco más grandes!!! El niñito, adorable, porque no es nuestro. jajaja

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    1. Tal cual! Beso a vos ya todas las operadas de la familia!!

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  2. Diosaaa!!! Genial este relato y me mata de amor ese pequeño Buda!!
    Besos,
    Asun

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    1. Perfecto, pequeño buda!!! Eso era!!! Te acordás de tu pequeño buda??? Besos negra!!

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