Acabo de terminar de leer Zona de obras, de Leila Guerriero, y cómo tantas otras veces, aunque es un libro que habla sobre un mundo que no conozco y no frecuento demasiado, en este caso la crónica periodística, me trajo paralelismos con mis mundos, los que conozco y frecuento, generando en mi, una vez más, esta sensación de cercanía, y de nuevo, la constatación de que no somos tan distintos los humanos como a a veces nos gusta o necesitamos creer.
Me encontré en muchos de sus párrafos ( en mi rol de aprendiz, y también en el de maestra) , en otros encontré a una Flor que ya fué, o una Flor que me gustaría ser. En otros encontré a jefes y maestros que dejaron en mi camino sus huellas, y en algunos me advertí: ¨ojo, que acá también te podrías encontrar y no estaría tan bueno¨.
Hoy traigo para compartir un pedacito del capítulo de los editores, donde Leila imagina una incompleta clasificación:
¨El editor épico: que le pide al periodista: Quiero que vayas y me cuentes una historia sobre la miseria humana, sobre la lucha del hombre contra la máquina, sobre la búsqueda de la purificación..., pero es una nota sobre una fábrica de lavarropas..., No importa, igual...
El editor que no sabe lo que quiere: Lo veo como una gran historia sobre San Pablo, un espagueti western en portugués. Pero también podría ser la pequeña historia de una sola persona. ¿Y si lo hacés de todo Brasil?...
El editor que habría querido escribir el artículo: Acá poné una metáfora. Lo que dice este personaje, intercalalo con una descripción del ambiente. Sacá las esdrújulas, y las frases, que no sean tan cortas...
El editor que más que encargar una nota encarga una teoría: ¿El hastío vital no?, la fatiga, la frustración, el conflicto que subyace entre hombres y mujeres... ¿Eh?
El editor que quiere que el periodista fracase: Antes de empezar, leé lo que escribió Tom Wolf sobre eso. Nadie jamás va a poder escribir algo parecido, pero bueno, hacé lo que puedas...
El editor que escribió hace años sobre el tema, y cree que el mundo no se ha movido desde entonces: ¿Por qué no hablaste con fulano? ¿Ah se murió? ¿y Zutano? ¿ se mudó a Suecia? Entonces, tendrías que ir a verlo a Mengano. ¿Preso? No te puedo creer...
El editor exagerado: ¿esta información está chequeada? Acá, donde dice En el botánico hay cientos de gatos. ¿Estamos seguros de que son cientos y no miles?
El bipolar: Hola, si, soy yo, te llamaba porque ya no me parece tan interesante el tema que me propusiste. Si, ya se que te dije que si, muy entusiasmado, pero ahora...¿cómo que ya empezaste? ¿cuándo, hace dos meses? ¿ hace tanto tiempo que no hablamos?
El dubitativo: Me gustó tu nota, pero tiene un problema..., no se. ¿No se entiende, no está bien escrita, no tiene información? No, de hecho es clara, está bien escrita, bien investigada, pero es como si no fuera lo que yo esperaba. O a lo mejor el problema es que es exactamente lo que yo esperaba, ¿ Será eso? ¿ vos qué decís?
Y están también los grande editores. Los que no hacen ninguna de todas esas cosas. Los que te piden lo imposible porque saben que volverás con algo mejor de lo que imaginaron, y esa idea los llena de entusiasmo y de gozo. Los que te enseñan a arrojarte una y otra vez, jadeando como un sabueso, tras los pasos del texto perfecto, aunque sepan, porque ya estuvieron allí y volvieron para no contarlo, que ese es un grial que siempre quedará más lejos. Te hacen sentir menos solo, pero infinitamente más aterrado, porque descubrís, con ellos, que hay muchas maneras de no hacerlo bien, y que hacerlo bien es tan dificil...
Son generosos, porque ya hicieron lo suyo ( y no necesitan demostrarle nada a nadie), y nobles, porque quieren que brilles, quieren que te vaya bien. Sus palabras operan en vos como una epifanía, y por eso son cuidadosos con lo que te dicen, y no trafican comentarios ofensivos disfrazados de comentarios ingeniosos, y esperan que tomes riesgos, que intentes rechinantes piruetas en el aire, mientras ellos, llenos de orgullo, te miran danzar en el círculo de fuego.
Y un día, y esa es su mejor marca, desaparecen. Y si hicieron bien su trabajo, pasarán los años y llegarás a creer que hiciste todo solo. Olvidarás sus nombres, y olvidarás también lo que te hicieron: lo que te ayudaron a hacer. Serán una digna sombra, y su cualidad número uno habrá sido la capacidad de quedarse inmensamente callados.¨
Después de leer esta clasificación tentativa, me quedo pensando qué tipo de ¨editora¨ vengo siendo, y cuánto me gustaría entrar dentro de la categoría de los que ella llama los ¨grandes¨.
Se que para eso hay que haber podido deshojar capas y capas de ego, y que eso es un gran desafío, y llegando a las últimas, un gran vértigo.
Reconozco que de eso de ¨desaparecer¨, estoy teniendo ya algunos atisbos y debo confesar que no es trago liviano. Pero este capítulo me confirma, una vez más, que aunque sea difícil, ese es el camino.
¨Se, cuando te toque, una digna sombra¨
Leila Guerriero
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