Inspirada en estas palabras de Hebe Uhart, escribo mi propio texto
para acompañar un rato ¨verde¨ de domingo
"Aquí estoy acomodando las plantas, para que no se estorben unas a otras, ni tengan partes muertas, ni hormigas. Me produce placer observar cómo crecen con tan poco; son sensatas y se acomodan a sus recipientes; si estos son chicos, se achican, si tienen espacio, crecen más. Son diferentes de las personas: algunas personas, con una base mezquina, adquieren unas frondosidades que impiden percibir su real tamaño; otras, de gran corazón y capacidad, quedan aplastadas y confundidas por el peso de la vida. En eso pienso cuando riego y trasplanto y en las distintas formas de ser de las plantas: tengo una que es resistente al sol, dura, como del desierto, que tomó para sí sólo el verde necesario para sobrevivir; después una hiedra grande, bonita, intrascendente, que no tiene la menor pretensión de originalidad porque se parece a cualquier hiedra que se puede comprar en todos lados, con su verde tornasolado. Pero tengo otra hiedra, de color verde uniforme, que se volvió chica; ella parece decir; ‘Los tornasoles no son para mí’; ella responde creciendo muy lentamente, umbría y segura en su cautela. Es la planta que más quiero; de vez en cuando la guío, yo comprendo para dónde quiere ir y ella entiende para dónde yo la quiero guiar."
Hebe Uhart
Aquí estoy, acomodando las plantas, que quedaron un poco abandonadas durante la semana, corridas a un costado, mientras arreglábamos el piso. Se llenaron de polvillo, extrañaron el agua y la tierra de sus macetas tomó un aspecto de vejez y sequedad prematura.
Me produce placer volver a dedicarles tiempo. Encontrarles un nuevo lugar para vivir a las que en el traslado sufrieron la rotura de sus recipientes. Descubrir que varias fueron madres, hacer lugar en recipientes nuevos para los hijitos, para que puedan seguir su viaje.
Mis plantas son como las personas, pienso. Crecen, a pesar de las inclemencias y los descuidos involuntarios y temporarios. Piden espacio, buscan la luz, estiran sus brazos, a veces, hasta se deforman un poco con tal de recibir un poquito de esa tibieza que tanto necesitan...
Algunas, con fuerza de nacimiento, le dan la bienvenida a una vida nueva, separada de su tallo de origen, otras, parecen necesitar imperiosamente esa independencia, pero después, por alguna razón misteriosa, tardan mucho en afirmarse en la vida propia...
O quizás es lo que se tarda en crecer.
Mientras las riego y las trasplanto pienso....
En realidad, no pienso demasiado.
Creo que eso es parte del disfrute y el descanso que experimento mientras lo hago.
Voy creando con mis manos manchadas de barro, y junto con ellas, un jardín en miniatura, un jardin de macetas, tazas, latas, frasquitos. Un jardín en el piso de ladrillo, que continua en el banco de madera y en cada rincón disponible. Vida verde, pequeñas obras de arte en distintos rincones de mi casa.
Suculentas que se reproducen como arbolitos minúsculos, suculentas de hojas carnosas que caen como pequeñisimas cataratas, lirios fieles y resistentes a todo y a todos, el geranio que cada tanto regala brillantes y preciosas flores coloradas, hojas de suculenta que se desprendieron de su tallo madre y al caer quedaron apoyadas en la tierra, y con el paso de los días, y la ausencia de interferencias, echaron raíces imperceptibles.
Hojas que no se dan por vencidas, que transforman una caída, en incipiente, nueva vida.