Geneen Roth
Al final, los Bajos del Temor,
no eran tan temibles
como siempre me había imaginado.
El viaje fué largo, llevó tiempo
y paciencia llegar.
Una vez ahi, los famosos ¨bajos¨
aparecieron ante nuestra vista,
con ese esplendor de aquello
a lo que no se accede ni fácil ni rápidamente,
con su inmensidad, sus islotes, su cielo limpio,
sus aguas tranquilas, sus juncos callados.
A la noche, la luna, una quietud
y un silencio aún más profundos.
Tan profundos que podíamos
escuchar a los peces,
y voces lejanas, invisibles,
viajaban en el aire limpio y vacío,
llegaban a nosotros,
como si estuvieran ahi, cerquita,
y quedaban flotando en el viento
y en el tiempo.
En los bajos del temor
no había nada aterrorizante,
solo nosotros, luces y sombras,
el cielo, el agua, la luna, los juncos.
Y ese silencio y esa quietud,
cada vez más valorados y buscados,
tiempo y espacio vacíos, llenos.
No encontramos nada tan intransitable,
nos encontramos, y no era tan temible.
Así suele suceder cuando nos
animamos a hacer el largo y a veces difícil
pero ¨pucha que vale la pena¨ viaje
a los bajos del temor.
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